HISTORIA FOURNIER

NEGOCIO/ 136 años haciendo naipes
El verdadero rey de oros de Fournier
Hacer cartas no es un negocio menor, ni mucho menos. La familia de Juan Alfaro, descendiente del fundador de Fournier, lleva más de un siglo en el sector. Cada segundo y medio se vende una baraja suya. En el 95% de los hogares españoles hay una. Más de 2.000 casinos del mundo las usan. ¿Quiénes son estos "modestos" empresarios vitorianos?
La histórica factoría vitoriana fabrica 16 millones de barajas al año y en más de 2.000 casinos a lo largo y ancho del planeta... "Líder mundial en la fabricación de naipes", asegura con tono triunfalista el contestador automático de la empresa.
Fournier ha recorrido un camino de sombras y esplendores, una senda artesanal que pervive desde 1868 y que paulatinamente desemboca en un cruce de caminos entre tradición y modernidad. El peso de la historia lo aporta el mítico Heraclio y su numerosa descendencia.
Este grabador burgalés se instaló en Vitoria a mediados del XIX para ganarse la vida como impresor. Se emancipó de su hermano Braulio, litógrafo como él, para abrir un taller propio en la Plaza Nueva nº 5. Con un olfato de sabueso para los negocios, Heraclio se percato pronto de que la impresión de naipes le reportaría jugosos dividendos. El éxito no se hizo esperar. La demanda le obligo a ampliar el negocio varias veces y a mudarse de local otras tantas. En medio de tanto trajín, realiza un encargo al profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria, Emilio Courier y al pintor local Ignacio Díaz Olano: que ilustren una baraja española con una iconografía inconfundible, y un diseño rotundo que se adhiera a la memoria.
El resultado fue brillante, embellecido en 1877 por Augusto Rius. Así se concibieron los reyes, intemporales como Matusalén, las sotas andróginas, los caballos enjaezados, el as de oros con el nombre de su creador y el resto de palos con sus correspondientes detalles e inscripciones. Nacía la archiconocida baraja nº 1, esa que le ha cantado las cuarenta al deterioro, luciendo eternamente joven desde entonces. No permite maquillajes ni lifting. Ningún jugador a lo largo de décadas aceptaría cambios en "la baraja de toda la vida". La tradición se paga. Por eso, hoy en día el copyright de los dibujos es millonario e inimitable.
Don Heraclio murió en Vichy (Francia) en 1916, y dejó una herencia empresarial afianzada y en plena expansión. A ello ayudaron mucho sus sucesores. Tras su fallecimiento, tomo las riendas del negocio su nieto Félix Alfaro Fournier, hijo de Mercedes Fournier y Juan Bautista Alfaro. El afamado apellido quedaba relegado a un segundo plano, puesto que del matrimonio de Heraclio con Nieves Partearroyo nacieron cuatro mujeres. Esta circunstancia no menoscabó el crecimiento de la empresa; es más, la expansión no tocaba techo. De las viejas factorías en la Florida y la calle Fueros -esta última impresa en algunas barajas para ser el comodín-, se paso al mastodóntico edificio en el barrio de San Cristóbal, en 1948. Aquel complejo debió de ser como el Pentágono, enorme, colosal, con una actividad febril y pasillos interminables. Fueron 45 años amasando triunfo. Pero todo auge esconde una decadencia. "El desastre de Fournier comenzó en el año 1973, por la crisis del petróleo. Compraron una máquina suiza de segunda mano que era un tren, le metías el papel y lo hacía todo. Costó 200 millones de entonces y apenas trabajó", recuerda Josetxu Erguía, director del Museo del Naipe de Vitoria y antiguo trabajador en la fábrica.
Al hilo de la crisis del crudo, sobrevinieron años de incertidumbre. La cosa se puso fea tras la muerte del patriarca Félix en 1989. Cuatro años más tarde, las agitaciones sindicales sacudían los 90. Se materializa la mudanza de la factoría a un emplazamiento lejos del casco urbano. Desde entonces, el verde tapete que tienden los prados de Aleutiano, a las afueras de Vitoria, escenifica el signo de los nuevos tiempos. Allí se asienta la ultima fábrica, un inmueble donde se prolonga el pequeño gran milagro vitoriano que, desde 1993, se acomoda en el polígono de Bojan. Impersonal y práctico como los complejos que le rodean, el edificio luce en su fachada la firma corporativa e inconfundible del fundador. Por estos lares la rúbrica tiene casi tanta solera como el toro de Osborne. Un puñado de calles de Vitoria honran a Fournier y su circunstancia; los naipes.
Una vez franqueada la entrada, un imponente óleo de Heraclio colgado en el rellano de la escalera preside el edificio. Ahora, el viejo emporio es una empresa moderna y racionalizada donde las salas de reuniones se llaman mus, póker o tute. De la vieja fábrica solo queda una maqueta que se toma la molestia de recordar el esplendor del pasado. "Ahora somos 165 trabajadores de los 1.000 que hubo en los años 60", relata Jesús Guerra, director comercial de Naipes Fournier. "La vieja fábrica era un universo. Tenía hasta economato donde hacer la compra. Era un privilegio trabajar allí. Las naiperas eran reconocidas en toda Vitoria. El que ligaba con una de ellas, ojo!", comenta Jon Aíllo, un joven donostiarra responsable de la oficina técnica de la empresa. Muy lejos quedan la respiración de las máquinas de vapor y las hordas de trabajadores de antaño, estampas en blanco y negro que dibujan una nebulosa surgida del Nodo.
Naipes en el ADN. Veteranos y recién llegados engarzan una cadena que se extiende desde 1868. Juan Manuel Alfaro Caballero es el penúltimo eslabón de la saga Fournier y ejerce tanto de orgulloso bisnieto del fundador, como de Presidente Honorario. A sus 83 años, con una memoria prodigiosa y con su nostalgia encuadernada en voluminosos álbumes de fotos, custodia la parte del mito que le toca..., además de un 10% de las acciones. "Yo quería ser marinero, pero al final aprendí contabilidad y me tiré 50 años en la fábrica, al lado de mi padre, don Félix Alfaro Fournier". De sus labios, el relato de la vida laboral se desliza con cariño. "En 1968, el año del centenario, éramos más de 1.000 trabajadores. No he vuelto a pasar por delante de la vieja fábrica. Me da mucha pena", rememora con brillo de emoción en sus ojos. Juan Manuel vive en una bella casa de techos infinitos con un parque que cruje de historia al caminar. La mandó levantar su bisabuelo en la calle Manuel Irradiar de la capital alavesa y sus muros aún guardan un puñado de secretos.
Además de naipes y sellos, de Fournier salieron revistas de modas de Paris o libros con encuadernación de lujo. "Tuve mucha amistad con Lara, el de Planeta. También trabajamos con Noguera, Espasa Calpe, y hacíamos el Mundo Hispánico", añade. Mientras su padre desenmaraña los recuerdos, el hijo de Juan Manuel se incorpora a la conversación. Juan Alfaro Alona es el actual director financiero de Naipes Fournier y representa la encrucijada de una empresa familiar -aun rentable y con un vínculo afectivo con Vitoria que atañe a cientos de familias de trabajadores de ayer y de hoy-, pero cuyos herederos se desentienden del peso de la tradición. "Llevo desde el 72 en la empresa y mis hijos no creo que sigan con el negocio", comenta con cierta resignación. "Es que las empresas familiares tienen vida limitada. Un par de generaciones a lo sumo. Pero mira nosotros", apunta su padre, satisfecho por haber prolongado el éxito del ADN Alfaro-Fournier. "A mí me ha tocado un transición dura. La crisis del petróleo nos hizo daño, la competencia de pequeños talleres... En el año 86, busque socios y encontré a los americanos. Se querían quedar con todo, pero hoy día mantenemos un 10% de las acciones. Con otra ampliación de capital no se que pasará". A los "americanos" que se refiere Alfaro Allana son la USPCC (United Status Playing Card Company). Con sede en Cincinnati (Ohio), esta empresa de naipes, englobada en el gigante Garden y que cotiza en Wall Estrete, adquirió el 86% de Fournier. Corría el año 1986 cuando una cena familiar entre los directivos de ambas empresas sellaba el acuerdo. Sobre la mesa, una empresa que hoy día factura 18 millones de euros al año.

Luego vino la traumática reestructuración de plantilla en el 93 y la posterior desaparición de la sección de Artes Graficas. Apaciguada aquella espiral, hoy en día la USPCC deja hacer sin meter baza. Delega la gestión del mercado español y europeo a los actuales rectores. Sin embargo, la irrupción de jóvenes "tiburones" señala que la suerte puede cambiar. "Hemos trabajado a destajo muchos sábados y domingos. Ha comenzado una fiscalización y un control muy grande", añade Alfaro Allana, que apuesta hasta la corbata en una efeméride. "Bueno, yo creo que llegaremos sin problemas al 150 aniversario". El año 2018 se marca en rojo en el calendario. Todos confían en que la temida y creciente deslocalización no se lleve la factoría a otra parte del mundo que brinde mano de obra más barata. "Hay gran confianza en que el negocio siga aquí. Somos garantía de calidad", remata el marketing manager, Jorge Fernández.

Secretos artesanales. El futuro aguarda. Ya ha habido bastantes reajustes de personal con sus dramas internos e historias de ahogos a fin de mes. "Lo que antes hacían 15 dibujantes ahora lo realiza una diseñadora con un Macintosh", reconoce Jorge. Pese a la adaptación, la fabricación sigue teniendo un aroma artesanal. Continúan las naiperas con su bata azul y las iníciales de la empresa bordadas en blanco junto a la solapa, que se encargan de mimar el producto como se ha venido haciendo durante décadas. Uno de los secretos cautivos de la empresa, guardado bajo siete llaves desde la época de Heraclio Fournier, alude a la elaboración del barniz. Juan, "el químico", conoce la fórmula de memoria. Si se le pregunta por la edad y por los años que lleva en la empresa contesta lacónico que "bastantes". Risueño y siempre de acá para allá, asegura que cada día la barnizadora se "traga" 500 kilos de fluido secreto.¿Qué pasaría si la competencia le ofreciera una millonada por marcharse con la fórmula del barniz? "Pues me largaría... pero luego Fournier me repescaría", desliza a media sonrisa. Juan comparte secreto con Antonio Iñigo. También es químico y ostenta el cargo de director de calidad. Su lugar de trabajo es una suerte de laboratorio repleto de artilugios que parecen ideados por Tim Burton o el doctor Franz de Copenhague, del TBO. Muchos de ellos los ha fabricado el mismo -a lo largo de más de 30 anos- para comprobar la salud de las cartas. Frotadoras que soban los naipes horas y horas para medir su resistencia, básculas y micrómetros donde acotar peso y espesor, hornos y barajadoras para calcular envejecimiento, rigidez o flexibilidad, un teatrillo de luz negra para comprobar la tinta invisible de la marca de seguridad de los casinos, redomas, probetas y la "máquina de la bola", un ingenio que merecería premios en un certamen de inventos. Eso sí, su utilidad y funcionamiento exigen confidencialidad.

Tareas tan misteriosas complementan a los miles de naipes que bailan fuera, enfrascados de lleno en el proceso industrial. Ejércitos de reyes barbudos, reinas de picas, ases de oros, sotas ufanas, cartas con los personajes de El Señor de los Anillos y Disney, o arcanos del tarot, aguardan ropaje de tinta y barniz, pululando por el lugar como si Alicia hubiera puesto de nuevo en marcha El País de las Maravillas. Pilar Elarre convive con todos ellos en calidad de jefa de almacén. Conoce al dedillo los secretos de la empresa y se mueve sigilosa por sus dominios. Siempre celosa de su trabajo, sin despistarse de los quehaceres pese a las preguntas y los flashes, responde con educadísimos monosílabos. "Llevo 38 años en la empresa pero mi trabajo no ha sido sota caballo rey", relata. No hay tiempo para el aburrimiento cuando se custodia la joya de la corona: el bunker que guarda los naipes que irán a parar a los casinos de medio mundo. La combinación de este almacén blindado solo la saben tres personas en la casa, y "nunca viajan juntas, por lo que pueda pasar", aseguran con tono inquietante.

Perfectamente almacenados y contabilizados, los naipes esperan turno para sembrar de suerte o infortunio unos tapetes por los que corren miles de millones de euros, dólares, rublos, coronas... Por eso, cuando salen de la fábrica se contrata un seguro puerta a puerta que cubre cualquier imprevisto. "Un casino de Pakistán nos hace un pedido. Imagina que el tráiler tiene que cruzar Afganistán y eso supone la amenaza de señores de la guerra y contrabandistas. El pedido ha de llegar integro. No puede faltar ni una sola baraja porque una baraja robada por un 'manitas' puede hacer perder un dineral al casino en cuestión", asegura Jesús Guerra.

Custodiar y fabricar naipes es como hacer dinero. Fournier trabaja en exclusiva con todos los casinos españoles. No se trata de un monopolio. Es un compromiso que reconoce la calidad del producto y la profesionalidad de la que hace gala la factoría. "No tenemos rival.
Al hablar de juego y apuestas, vienen a la memoria escenas de tensión, ruinas varias y tugurios grasientos. "Es un mundo muy especial pero no es sórdido ni humeante. Esta controladísimo. Las comisiones de juego nos miran a todos al milímetro", recuerda Guerra. Pese a la legalidad , siempre hay márgenes para el anecdotario. Jeques que juegan en aviones en la placidez del espacio aéreo lejos de prohibiciones, yates en aguas internacionales con interminables partidas a bordo, pedidos para timbas ilegales que se celebran en "ningún lugar", supersticiones mil... "El juego en si es peculiar. En España se juega mucho a las cartas por el honor, una ronda o un décimo de lotería". Desde el despacho de Jesús se otea un paisaje limpio y bucólico. Nada parece enturbiar el futuro cuando se tiene un plan de negocio que siempre barre las "diez de monte".

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